GUÍA DE ORACIÓN JUVENIL
«Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12)
Queridos hermanos y hermanas: …….
Un corazón frío
Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado
en un trono de hielo;[2] su morada es el hielo del amor
extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre
el riesgo de apagarse en nosotros?
Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1
Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en
él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos
confortados por su Palabra y sus Sacramentos.[3] Todo esto se transforma en violencia
que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras
«certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el
extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.
También la creación es un
testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está
envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados,
tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las
migraciones forzadas; los
cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por
máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.
El amor se enfría también en
nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii
gaudium traté de describir las señales más evidentes de esta falta de
amor. estas son: la acedia
egoísta, el pesimismo
estéril, la tentación de aislarse
y de entablar continuas guerras
fratricidas, la mentalidad
mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este
modo el entusiasmo misionero.[4]
El Papa dice las señales de la falta
de amor. ¿Estamos de acuerdo?
¿Cómo lo vemos nosotros?
¿Qué podemos hacer?
Si
vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he
descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces
amarga de la verdad, nos
ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y
el ayuno.
El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra
las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para
buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para
nosotros la vida.
El ejercicio de la limosna nos
libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo
que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos
en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que
siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de
compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la
Iglesia.
A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando
invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de
Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en
Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de
iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también
en nuestras relaciones
cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de
una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para
participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de
mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades,
él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?
El ayuno,
por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una
importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que
sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del
hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de
bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo,
inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra
hambre.
Querría que mi voz
traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de
buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos
como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la
frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido
de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para
ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros
hermanos.
Ayuno, Oración,
Limosna, nos pueden despertar y poner en marcha hacia la Resurrección, el
encuentro de Jesucristo.
El fuego de la Pascua
Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el
camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la
impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga.
Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de
nuevo.
Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita
nuevamente a celebrar el Sacramento
de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018
tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras
del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una
iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración
de adoración y la confesión sacramental.
En la noche de Pascua
reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo»
poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado y
glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu»,[7] para
que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la
Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe,
esperanza y caridad.
Los bendigo de todo corazón y
rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.
FRANCISCO
REFLEXIÓN-ACCIÓN
Nos unimos al Papa en la Oración,
Limosna y Ayuno.
En la Reconciliación y adoración Eucarística
tomaremos fuerza para seguir caminando con Jesús Resucitado.
Llevamos nuestra reflexión a la
oración. Lo hablamos con el Padre, su Hijo Jesús y con el Espíritu. Escuchamos y
decidimos qué podemos hacer nosotros.
María, que acogió la Palabra en
sí misma, nos ayude a acogerla con humildad.
Es la 2ª parte del mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma. Tiene un mensaje muy actual y pedagógico. Que sepamos aprovecharlo. ¿Estás dispuesto para dar algún paso? Jesús va con nosotros. Ánimo.
ResponderEliminar"Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» ¿Estamos de acuerdo con esto?. La avidez, la ambición es lo que produce el mal. El compartir y la solidaridad con otros más necesitados puede ser la solución.
ResponderEliminar"la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad" Que aportemos algo de luz y calor en este mundo en el que vivimos. Ánimo, es posible.
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