REZA Y COMPARTE JUVENIL
Esta segunda parte del Mensaje de Cuaresma
nos transmite la reflexión del Papa en momentos determinados. Podemos
acompañarle y ver cuáles son nuestras conclusiones en situaciones parecidas. ¿Te
atreves?
En mi viaje a Lampedusa, ante la globalización de la indiferencia
planteé dos preguntas, que son cada vez más actuales: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9)
y «¿Dónde
está tu hermano?» (Gn 4,9). El camino cuaresmal será concreto si, al escucharlas de nuevo, confesamos
que seguimos bajo el dominio del Faraón. Es un dominio que nos deja exhaustos
y nos vuelve insensibles. Es un modelo de crecimiento que nos divide y nos roba el futuro;
que ha contaminado
la tierra, el aire y el agua, pero también las almas. Porque, si bien con el bautismo ya
ha comenzado
nuestra liberación, queda en nosotros una inexplicable añoranza por la
esclavitud. Es como una atracción hacia la seguridad de lo ya visto, en detrimento de la
libertad.
Quisiera
señalarles un detalle de no poca importancia en el relato del Éxodo: es Dios quien ve, quien
se conmueve
y quien libera, no es Israel quien lo pide. El Faraón, en efecto, destruye incluso
los sueños, roba el cielo, hace que parezca inmodificable un mundo en el
que se pisotea la dignidad y se niegan los vínculos auténticos. Es decir, logra
mantener todo
sujeto a él. Preguntémonos: ¿deseo un mundo nuevo? ¿Estoy dispuesto a romper
los compromisos con el viejo? El testimonio de muchos hermanos obispos y de un
gran número de aquellos que trabajan por la paz y la justicia me convence cada vez más de
que lo que hay que denunciar es un déficit de esperanza. Es un impedimento para
soñar, un grito mudo que llega hasta el cielo y conmueve el corazón de
Dios. Se parece a esa añoranza por la esclavitud que paraliza a Israel en el
desierto, impidiéndole avanzar. El éxodo puede interrumpirse. De otro modo no se
explicaría que una humanidad que ha alcanzado el umbral de la fraternidad
universal y niveles de desarrollo científico, técnico, cultural y
jurídico, capaces de garantizar la dignidad de todos, camine en la oscuridad de las
desigualdades y los conflictos.
Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma como el tiempo
fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo soy el Señor,
tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Es
tiempo de conversión,
tiempo de libertad.
Jesús
mismo, como recordamos cada año en el primer domingo de Cuaresma, fue conducido
por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta días
estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado. A
diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos. El desierto es el
espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer
en la esclavitud. En Cuaresma, encontramos nuevos criterios
de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos
recorrido.
Esto
implica una lucha, que el libro del Éxodo y las tentaciones de
Jesús en el desierto nos narran claramente. A la voz de Dios, que dice: «Tú
eres mi Hijo muy querido» (Mc 1,11) y «no tendrás otros dioses
delante de mí» (Ex 20,3), se oponen de hecho las mentiras del enemigo.
Más temibles
que el Faraón son los ídolos; podríamos considerarlos como su voz en nosotros. El
sentirse
omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre los demás: todo ser humano
siente en su interior la seducción de esta mentira. Es un camino
trillado. Por eso, podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos,
ideas, objetivos, a nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas
personas. Esas cosas en lugar de impulsarnos, nos paralizarán. En lugar de
unirnos, nos enfrentarán. Existe,
sin embargo, una nueva humanidad, la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al
encanto de la mentira. Mientras que los ídolos vuelven mudos, ciegos,
sordos, inmóviles a quienes les sirven (cf. Sal 115,8), los pobres de
espíritu están inmediatamente abiertos y bien dispuestos; son una fuerza silenciosa
del bien que sana y sostiene el mundo.
Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará. Por tanto, desacelerar y detenerse. La dimensión contemplativa de la vida, que la Cuaresma nos hará redescubrir, movilizará nuevas energías. Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud.
ACCIÓN:
La llamada de la cuaresma nos hace
renovar las energías, cambiar los pensamientos, los sentimientos y las
acciones. ¿Somos capaces de hacerlo? Con
la fuerza del Espíritu Santo todo es posible. Levántate y anda dice Jesús a
veces.
Tema J: "Mensaje cuaresma 24, 2" Nos sentimos interpelados por la palabra del Papa Francisco. Quiere que despertemos a la nueva energía del cambio hacia Dios, Padre misericordioso. Respondamos con verdad.
ResponderEliminar"¿Deseo un mundo nuevo? ¿Estoy dispuesto a romper los compromisos con el viejo?" El ejercicio de la cuaresma nos puede entrenar en este cambio. Jesús nos acompaña y fortalece.
ResponderEliminar"Un déficit de esperanza, Es un impedimento para soñar, un grito mudo que llega hasta el cielo y conmueve el corazón de Dios." Sembremos esperanza a nuestro alrededor. Dios nos acompaña en medio de las dificultades, también.
ResponderEliminar"Seguimos bajo el dominio del Faraón. Es un dominio que nos deja exhaustos y nos vuelve insensibles." La cuaresma nos ayuda a salir y liberarnos de lo que nos oprime. Un pequeño ejercicio cada día, nos hace libres.
ResponderEliminar"Existe, sin embargo, una nueva humanidad, la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de la mentira." Lo interiorizamos, ¿Estamos entre ellos? Pedimos un corazón nuevo.
ResponderEliminar" Una humanidad que ha alcanzado el umbral de la fraternidad universal y niveles de desarrollo científico, técnico, cultural y jurídico, capaces de garantizar la dignidad de todos, camine en la oscuridad de las desigualdades y los conflictos." Tenemos medios pero no los usamos bien. Respondamos desde cada uno con ejercicios de fraternidad, igualdad....
ResponderEliminarSe parece a esa añoranza por la esclavitud que paraliza a Israel en el desierto, impidiéndole avanzar: Déficit de esperanza. Hay situaciones que nos producen ese déficit. Pedimos al Espíritu Santo nos ilumine, y fortalezca para vivir en Dios y con él. Buena Cuaresma.
ResponderEliminar"Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud." Papa Francisco. Compartimos su sueño de fraternidad y lo extendemos a toda la tierra. Bonita tarea.
ResponderEliminar"No os dejéis robar la esperanza" Dice el Papa Francisco con frecuencia. Que esa llamada nos despierte a la alegría, la fe y confianza en Dios que nos ama incondicionalmente.
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